1) El pánico escénico.
¿Hay alguna manera de expresar pánico cuando tipeamos? O, mejor dicho, de no poder evitar expresarlo. Porque, cuando escribimos, esto es diferente. Si tenemos pánico escribiremos con letra temblorosa, si lloramos mientras escribimos dejaremos nuestro texto plagado de borrones. O si estamos muy rebosantes de energía, o muy alegres, seguramente exageremos los caracteres, y hagamos dibujitos y chistes y adornos. Por intentar algunos ejemplos. El título de mi posteo de hoy, digamos, si lo hubiera escrito a mano momentos antes de enfrentarme, por primera vez, a la experiencia de ser quien da una clase de ELE, mostraría una caligrafía definitivamente temblorosa. Voy a ser el primer comprador del dispositivo capaz de leer la emoción de quien escribe y plasmarla en el tipeo. Soy de la época de los estertores de las cartas escritas a mano, y... basta de palabrerío. Tengo que elegir momentos que me hayan marcado de mi primera experiencia como docente. Los siguientes que describiré pueden ser ordenados por el lector como guste. Pero este, el del pánico escénico, está en el número uno. Es el campeón, y es invencible.
No traigo en mi mochila experiencia formal como docente. Sí traigo experiencias informales y las opiniones de mis eventuales "estudiantes". Que tu paciencia, que igual me explicás mil veces, que lo ponés simple. Siempre cosas "ajenas": inglés, matemáticas, bioquímica. Pero el español... es "mío", "propio", me "pertenece", entonces no puedo tener errores o dudas, como sí puedo cuando hablamos de bioquímica, pensé.
Y entré en pánico. Gasté las horas de planificación en leer el tema que tocaba de la Nueva Gramática de la RAE: unas 80 páginas más referencias a otros capítulos, que por supuesto también leí. Desde el punto de vista comunicativo no aprendí nada, desde el punto de vista lingüístico aprendí conceptos muy interesantes para discutir con un aprendiente de nivel C1/2 interesado en variantes de la lengua, y me concentré en la horrible posibilidad de que mis estudiantes del día siguiente, quienes habían alcanzado apenas un nivel A2, me hicieran preguntas imposibles de contestar para mí. Multipliqué el pánico.
Yo temía. Transmití mi temor. Escupí algunos conceptos en la pizarra con cara de miedo. Eran correctos, sí, pero temblorosos. Tenía que llenar 2 horas, pero me quedé sin palabras antes de terminar la primera. Ojos a mi tutora. Ella me habló, con los ojos primero, y con las palabras después. ¿Qué te pareció? ¿Cómo te sentiste? Y los consejos.
- Mañana tendría que hacerlo mejor, pensé al salir.
- Mañana voy a hacerlo mejor, decidí al sentarme a planificar.
2) Quisiera saber, si son tan amables de informarme, si no sería irrespetuoso de mi parte tomar fotografías en este recinto.
O, ¿puedo tomar fotos?. Con el diario del lunes, este era previsible. Mi uso del idioma. El ejemplo que me viene ahora a la mente: "ese es el legado de los esclavos africanos a la sociedad uruguaya actual": eso dije en una clase de conversación con un grupo heterogéneo de estudiantes, en el que el que había alcanzado el máximo nivel, había alcanzado un A2.
Tuve la suerte de tener una tutora que se sentaba, papel y lápiz en mano, a escribir todo lo que notaba que debía corregir. Porque ellos, los aprendientes, me miraron en ese momento con cara de que habían entendido. Creo que porque sabían que yo estaba haciendo mis prácticas y no me la querían poner difícil.
Y luego una charla de pasillo, con una alumna de ese curso.
- ...
- ¿Cómo se dice? It's not my thing.
- No es lo mío.
- No es lo mío, ok, gracias.
Me costó, y me costará mucho, esta parte de la enseñanza de ELE. Tiene además varias aristas: hay que utilizar lenguaje comprensible para el nivel de los aprendientes pero a la vez que los desafíe al menos un poco, hay que hablar algo más lento pero tampoco tanto, porque afuera, en la calle, en el mundo real, no hablamos con espacios entre las palabras. Me costó y me costará mucho. Pero tengo la suerte de ser al mismo tiempo un aprendiente de una lengua extranjera, y un aprendiente de profesor de la mía: este aprendizaje de las prácticas me llevó, rápidamente, a prestar atención a ese mismo aspecto en mis clases de LE y en los recursos que utilizo por fuera de ellas, de manera de desarrollar estrategias.
3) ¡Hombre, que aburres!
No todo en la vida es color de rosa, claro. Creo que es una característica humana la idealización: si yo fuera/tuviera/pudiera, todo sería perfecto. Y me parece que a quienes estamos en el proceso formativo para aprender una profesión, nos sucede. Al menos, a mí me sucedió. Yo idealizaba el aula de ELE, a pesar de ser un aprendiente de una LE: el aula de ELE era un maravilloso ecosistema de intercambio cultural, en el que todos estábamos super motivados y nos moríamos por hablar, nadie bostezaba y no nos queríamos ir nunca. Pero no.
El aburrimiento del docente: tuve dos instancias con una estudiante a quien en la primera mi tutora y en la segunda yo mismo intentamos enseñarle una estructura gramatical no tan compleja: estar más gerundio. En su lengua materna no existe el gerundio, por lo que intuí que cometía errores por transferencia. Entonces me di cuenta de que había salido del ambiente académico, que estaba "trabajando" para una empresa, que esa aprendiente necesitaba sesiones más cortas, uso de su lengua nativa, de la que tengo cierto nivel de competencia, que es a veces necesario adaptarse al aprendiente, pero que en muchos contextos no podremos hacerlo, y tendremos que convivir con ese hecho.
El aburrimiento de otro estudiante: no puedo compartir aquí el video de la clase a la que quiero referirme. Por un lado porque se ven las caras de los estudiantes, por lo que no sería ético, y por otro lado porque no los tengo, ya que desde mi centro de prácticas lo enviaron directamente a la Universidad, por lo que no poseo ninguna copia. El grupo era, forzosamente, de nivel A2, pero en realidad los estudiantes tenían niveles muy diferentes. Había, por ejemplo, una chica que estaba en un B1, pero que era tan respetuosa que acotaba sus participaciones e intentaba, incluso, interactuar con los demás para generar conversación. Y teníamos también a este estudiante, que difícilmente hubiera adquirido un nivel A1, al que le encantaba hablar. Le brillaban los ojos cada vez que hablaba. Hay un momento en el video en el que él habla con todo su entusiasmo, mientras otro aprendiente golpea su frente contra su antebrazo, con una clara expresión de aburrimiento. No lo noté en la clase. Yo estaba fascinado con quien aburría a los demás. Lo noté, recién, al ver el video. Yo no soy, como docente, un participante más de la clase. Soy quien la modera. Tengo que terminar de entender eso.
4) Plan B.
Las dinámicas no son infalibles. Pueden fallar. Pueden durar menos de lo que pensábamos. Nosotros, como docentes, no podemos quedarnos sin letra, sin contenidos. Entonces, hay que tener un plan B. Y un plan C.
Entonces, hay que planificar. Ser docente es mucho más que ir a dar una clase. Implica mucho tiempo fuera del aula buscando recursos. Requiere que seamos creativos, al mismo tiempo que nos ajustemos a normas.
Y la enseñanza de LE, además, conlleva la dificultad extra de no tener la lengua en común con el aprendiente. Como me dijo la directora de mi centro de prácticas, para ser docente de LE uno tiene que ser casi que un actor en el aula. Y para eso hay que superar, claramente, el pánico escénico.
¿Hay alguna manera de expresar pánico cuando tipeamos? O, mejor dicho, de no poder evitar expresarlo. Porque, cuando escribimos, esto es diferente. Si tenemos pánico escribiremos con letra temblorosa, si lloramos mientras escribimos dejaremos nuestro texto plagado de borrones. O si estamos muy rebosantes de energía, o muy alegres, seguramente exageremos los caracteres, y hagamos dibujitos y chistes y adornos. Por intentar algunos ejemplos. El título de mi posteo de hoy, digamos, si lo hubiera escrito a mano momentos antes de enfrentarme, por primera vez, a la experiencia de ser quien da una clase de ELE, mostraría una caligrafía definitivamente temblorosa. Voy a ser el primer comprador del dispositivo capaz de leer la emoción de quien escribe y plasmarla en el tipeo. Soy de la época de los estertores de las cartas escritas a mano, y... basta de palabrerío. Tengo que elegir momentos que me hayan marcado de mi primera experiencia como docente. Los siguientes que describiré pueden ser ordenados por el lector como guste. Pero este, el del pánico escénico, está en el número uno. Es el campeón, y es invencible.
No traigo en mi mochila experiencia formal como docente. Sí traigo experiencias informales y las opiniones de mis eventuales "estudiantes". Que tu paciencia, que igual me explicás mil veces, que lo ponés simple. Siempre cosas "ajenas": inglés, matemáticas, bioquímica. Pero el español... es "mío", "propio", me "pertenece", entonces no puedo tener errores o dudas, como sí puedo cuando hablamos de bioquímica, pensé.
Y entré en pánico. Gasté las horas de planificación en leer el tema que tocaba de la Nueva Gramática de la RAE: unas 80 páginas más referencias a otros capítulos, que por supuesto también leí. Desde el punto de vista comunicativo no aprendí nada, desde el punto de vista lingüístico aprendí conceptos muy interesantes para discutir con un aprendiente de nivel C1/2 interesado en variantes de la lengua, y me concentré en la horrible posibilidad de que mis estudiantes del día siguiente, quienes habían alcanzado apenas un nivel A2, me hicieran preguntas imposibles de contestar para mí. Multipliqué el pánico.
Yo temía. Transmití mi temor. Escupí algunos conceptos en la pizarra con cara de miedo. Eran correctos, sí, pero temblorosos. Tenía que llenar 2 horas, pero me quedé sin palabras antes de terminar la primera. Ojos a mi tutora. Ella me habló, con los ojos primero, y con las palabras después. ¿Qué te pareció? ¿Cómo te sentiste? Y los consejos.
- Mañana tendría que hacerlo mejor, pensé al salir.
- Mañana voy a hacerlo mejor, decidí al sentarme a planificar.
2) Quisiera saber, si son tan amables de informarme, si no sería irrespetuoso de mi parte tomar fotografías en este recinto.
O, ¿puedo tomar fotos?. Con el diario del lunes, este era previsible. Mi uso del idioma. El ejemplo que me viene ahora a la mente: "ese es el legado de los esclavos africanos a la sociedad uruguaya actual": eso dije en una clase de conversación con un grupo heterogéneo de estudiantes, en el que el que había alcanzado el máximo nivel, había alcanzado un A2.
Tuve la suerte de tener una tutora que se sentaba, papel y lápiz en mano, a escribir todo lo que notaba que debía corregir. Porque ellos, los aprendientes, me miraron en ese momento con cara de que habían entendido. Creo que porque sabían que yo estaba haciendo mis prácticas y no me la querían poner difícil.
Y luego una charla de pasillo, con una alumna de ese curso.
- ...
- ¿Cómo se dice? It's not my thing.
- No es lo mío.
- No es lo mío, ok, gracias.
Me costó, y me costará mucho, esta parte de la enseñanza de ELE. Tiene además varias aristas: hay que utilizar lenguaje comprensible para el nivel de los aprendientes pero a la vez que los desafíe al menos un poco, hay que hablar algo más lento pero tampoco tanto, porque afuera, en la calle, en el mundo real, no hablamos con espacios entre las palabras. Me costó y me costará mucho. Pero tengo la suerte de ser al mismo tiempo un aprendiente de una lengua extranjera, y un aprendiente de profesor de la mía: este aprendizaje de las prácticas me llevó, rápidamente, a prestar atención a ese mismo aspecto en mis clases de LE y en los recursos que utilizo por fuera de ellas, de manera de desarrollar estrategias.
3) ¡Hombre, que aburres!
No todo en la vida es color de rosa, claro. Creo que es una característica humana la idealización: si yo fuera/tuviera/pudiera, todo sería perfecto. Y me parece que a quienes estamos en el proceso formativo para aprender una profesión, nos sucede. Al menos, a mí me sucedió. Yo idealizaba el aula de ELE, a pesar de ser un aprendiente de una LE: el aula de ELE era un maravilloso ecosistema de intercambio cultural, en el que todos estábamos super motivados y nos moríamos por hablar, nadie bostezaba y no nos queríamos ir nunca. Pero no.
El aburrimiento del docente: tuve dos instancias con una estudiante a quien en la primera mi tutora y en la segunda yo mismo intentamos enseñarle una estructura gramatical no tan compleja: estar más gerundio. En su lengua materna no existe el gerundio, por lo que intuí que cometía errores por transferencia. Entonces me di cuenta de que había salido del ambiente académico, que estaba "trabajando" para una empresa, que esa aprendiente necesitaba sesiones más cortas, uso de su lengua nativa, de la que tengo cierto nivel de competencia, que es a veces necesario adaptarse al aprendiente, pero que en muchos contextos no podremos hacerlo, y tendremos que convivir con ese hecho.
El aburrimiento de otro estudiante: no puedo compartir aquí el video de la clase a la que quiero referirme. Por un lado porque se ven las caras de los estudiantes, por lo que no sería ético, y por otro lado porque no los tengo, ya que desde mi centro de prácticas lo enviaron directamente a la Universidad, por lo que no poseo ninguna copia. El grupo era, forzosamente, de nivel A2, pero en realidad los estudiantes tenían niveles muy diferentes. Había, por ejemplo, una chica que estaba en un B1, pero que era tan respetuosa que acotaba sus participaciones e intentaba, incluso, interactuar con los demás para generar conversación. Y teníamos también a este estudiante, que difícilmente hubiera adquirido un nivel A1, al que le encantaba hablar. Le brillaban los ojos cada vez que hablaba. Hay un momento en el video en el que él habla con todo su entusiasmo, mientras otro aprendiente golpea su frente contra su antebrazo, con una clara expresión de aburrimiento. No lo noté en la clase. Yo estaba fascinado con quien aburría a los demás. Lo noté, recién, al ver el video. Yo no soy, como docente, un participante más de la clase. Soy quien la modera. Tengo que terminar de entender eso.
4) Plan B.
Las dinámicas no son infalibles. Pueden fallar. Pueden durar menos de lo que pensábamos. Nosotros, como docentes, no podemos quedarnos sin letra, sin contenidos. Entonces, hay que tener un plan B. Y un plan C.
Entonces, hay que planificar. Ser docente es mucho más que ir a dar una clase. Implica mucho tiempo fuera del aula buscando recursos. Requiere que seamos creativos, al mismo tiempo que nos ajustemos a normas.
Y la enseñanza de LE, además, conlleva la dificultad extra de no tener la lengua en común con el aprendiente. Como me dijo la directora de mi centro de prácticas, para ser docente de LE uno tiene que ser casi que un actor en el aula. Y para eso hay que superar, claramente, el pánico escénico.
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